Estábamos en plena construcción del Mall Multiplaza de Tegucigalpa cuando se anunciaba que Mitch estaba estacionado en Guanaja y ante la tragedia un buen sector de la población esa misma mañana llegaba al centro de acopio de ayuda que recogía víveres y ropa, elementos que los capitalinos entregaban de todo corazón para su hermanos isleños, sin saber que horas más tarde la tragedia y el dolor llegaría a Tegucigalpa.

Los “hilos de agua” se convirtieron en mar

Un llamado general de alerta para Tegucigalpa fue hecho alrededor del mediodía cuando ya era tarde para muchos. Tal como pesadilla de ciencia ficción, los hilos de agua de los cauces de los ríos se convirtieron en embravecidos mares que minuto a minuto amenazaban con salirse del cauce.

Y así fue. La Hoya se convirtió en protagonista de los medios que transmitían imágenes dantescas de vehículos flotando en el río, jóvenes cargando “a tuto” a decenas de ancianos y personas que no podían luchar contra la corriente, una ciudad asombrada de ver el dolor de muchos a pocas cuadras del centro de la capital.

La Hoya fue solo una muestra de lo que vendría horas más tarde

Ante tal escenario, que para algunos solo sería recurrente en los sitios que siempre se inundan, eran decenas de curiosos los que salían a presenciar la furia de las aguas, muchos de ellos sin sospechar que horas más tarde sus casas serían parte de la mezcla lodosa.

Mientras tanto, relatos desgarradores contando que los presos de la PC clamaban por ayuda y libertad; las aguas se llevaban a sus vecinos de celda, desgracia compartida por un periodista que intentó tomar fotos en la PC y que también se fue con la marea.

Minutos y horas que transcurrían lentamente. Al llegar la noche, una lluvia que no cesó por un instante finalmente logró que el fluido eléctrico se interrumpiera en casi toda la ciudad. El miedo comenzó a llenar el corazón y mente de todos los ciudadanos al escuchar en las radios reportes que decían: “El agua ya llegó a la segunda avenida de Comayagüela”, “El barrio la Hoya se consume minuto a minuto”, “Los mercados se han perdido”, “La Satélite y el Loarque están incomunicados”, “Se está derrumbando el Edén”…

Mi casa se convirtió en refugio de algunos parientes entre adultos y niños. Todos juntos como presintiendo esto sería diferente, los niños nerviosos y mi hijo menor que casi no podía hablar decía “quiero que se vaya el puracán”, era la traducción verbal de la atmósfera que él en su inocencia percibía bajo la luz de las candelas. Todo parecía irreal y lúgubre.

Horas más tarde y ante una oscuridad absoluta busqué mi impermeable y ropa de trabajo y salí hacia la Hoya en búsqueda del papá de una cuñada de quien no se sabía nada, intento de rescate que afortunadamente no tenía razón de ser porque el anciano ya había sido evacuado. Ante la buena noticia agarré rumbo a las Gradas de la Hoya, los lazos y focos listos en la paila de mi carro. Salí y vi una cadena humana que partía desde la parte baja del barrio hasta la altura de la Tipografía. El agua avanzaba lentamente y los bienes de los vecinos poco a poco llegaban a “lugar seguro” aunque algunos de los enseres eran tomados por malvivientes que se aprovechaban de la confusión y la tragedia de otros.

Estábamos solos, sin apoyo de organizaciones de socorro, me moría de rabia por ello sin pensar que todos ellos tenían tareas más difíciles de cubrir como salvar a personas que eran arrastradas por las aguas, ¡qué fácil es juzgar cuando no se tiene la dimensión y conocimiento!

La noche siguió, el agua de lluvia no paró de caer, los ríos aumentaban su nivel así como el miedo colectivo también. Regresé a casa y fui recibido con regaños motivados por el miedo de perder a un ser querido, miedo que se repetiría el día siguiente porque era mi deber salir a ayudar pero ya de una forma organizada.

La ganancia de la noche ante tanto dolor fue la actitud solidaria de la mayoría que pude ver y acompañar: no había clases sociales, no había ni ricos ni pobres, había seres humanos solidarios trabajando hombro a hombro uno al lado del otro. El demonio de Mitch había llegado y miles de almas combatían contra él, algunas con oraciones y otros tomando acciones concretas a favor de desconocidos; era el primer día de cuando el demonio llegó al centro de Tegucigalpa.

Mis respetos para las víctimas mortales y damnificados, para los que perdieron sus bienes, para los que se quitaron el pan de la boca para darlo a otros, para los que en silencio lloraron en sus casas, para los que cuidaron a sus niños y ancianos, para los que temieron, para los que oraron, para los que creyeron que podríamos juntos superar el dolor y la tragedia. Mis respetos a quienes ayudaron, a los hermanos del mundo y a todos aquellos que vieron en la tragedia la oportunidad de dar sin esperar nada a cambio.


4 Responde a “El día que el demonio llegó a Tegucigalpa”

Deja un Comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *