Reflexiones para el Año Nuevo

Hoy pensé en una de esas frases sanchopanzeanas, los refranes que enloquecen por su certeza y nitidez: Cada loco con su tema. Así se dice, ¿verdad?

Es cierto. Todos andamos por el mundo queriendo declamar algún disparate, fomentar la idea que nos define como persona pensante y emotiva. Todos evangelizamos nuestro manifiesto.

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Cada loco con su tema. En el 2016 logré discernir algunos temas, motivos repetitivos en la sinfonía del tiempo, que resonaron más a menudo de lo que me hubiera gustado. En la literatura, esta disonancia lleva el nombre de cacofonía.

Seré la primera en aceptar mi tema (mi locura). Me quejo de horarios insólitos en oficinas herméticas. Me quejo del tráfico de las cinco y la insolencia del carro apresurado. Me quejo de la negatividad en las redes sociales, en la ciudad, en el país. Me quejo de las quejas.

Y el tema de quejarse no es único a María Teresa, ni al Centro Histórico, ni a Honduras. Hay algo que nos impulsa a destacar lo incongruo, lo erróneo, la peca en piel de alabastro.

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Tal vez siempre ha sido así. Tal vez el mármol de la humanidad lo esculpen ciertas manos, unas delicadas, unas toscas.

Antes, los locos solo estorbábamos a las personas en cercanía geográfica. Pero ahora, con el auge de la comunicación digital, se nos ha permitido alzar la voz, interrumpir pensamientos distantes y desconocidos, cundir pánico internacional.

Es un poder que se nos ha otorgado a todos por igual. La democracia de la palabra escrita me recuerda a otro refrán, atribuido a un personaje más moderno: Un gran poder conlleva una gran responsabilidad.

Me parece que esto de compartir ideas (#VuelveAlCentro) y contenidos interesantes trae una carga moral y humana; no podemos olvidar que nuestras palabras escalan montañas y atraviesan océanos. Nuestros temas de loco han trascendido el vecindario.

La narrativa del mundo está en nuestras manos. En el 2016 nos encargamos de desfigurarla, de contar una historia negativa y sin final feliz. Cuando los hijos de los hijos de los hijos de mis hijos busquen en las crónicas históricas de estos tiempos, en los memes, en los comentarios de Facebook, en los manifiestos de mi generación, encontrarán algo feo.

Pero la realidad es otra. La realidad se ha visto opacada en nuestros temas de locos. Mi amiga siempre me dice que los lunes no son feos, que la fea soy yo. Tiene razón. Por eso, en el 2017, he decidido cambiar mi tema. Ya no me voy a quejar. Voy a celebrar el cafecito un lunes por la mañana, mientras camino las aceras de la Cervantes, buscando donde sentarme a leer.

Voy a redefinir nuestro manifiesto.

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Fotografía: David Waimín


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