La historia de la humanidad está plagada de eventos donde las personas han pensado que viene el fin del mundo. Y no hablamos de tiempos remotos, aun ahora y justo en el cambio de siglo hubo millones que creyeron que el final vendría. A continuación les compartimos algo sucedido en Tegucigalpa cuando los pobladores pensaron “era el fin del mundo!”

Artículo publicado en La Otra Honduras.

Aunque de esto hace ya varios años, todavía recuerdo el tiempo en que podía uno caminar por Tegucigalpa y reconocer a más de una persona, por nombre apellido y familia. Ahora puede uno pasar el día entero en un centro comercial y ver pasar unos tras otros rostros de perfectos desconocidos. Tegucigalpa ha crecido en forma impresionante. Pero hace aún más tiempo del que nos habla hoy doña Leticia de Oyuela en su libro “Ramón Rosa, Plenitudes y desengaños”:

El poblado obtuvo el título de Villa, gracias a su riqueza mineral. Después, obtuvo el título de ciudad y su ayuntamiento el calificativo de patriótico, por su comportamiento frente a las ideas de la independencia. Aquella semilla de libertad -sembrada por ciertos líderes de la Iglesia- había sido la culpable de su propia decadencia. El decreto de expropiación de los bienes religiosos y la extinción de la comunidades, unidos al terremoto de 1809, había dejado rastros de abandono en la cara de la ciudad. La parroquia de San Miguel estaba cerrada por la siniestra grieta del arco toral. La ciudad tenía un aire triste y soñoliento. Las intrigas, que proporcionaban una versión maniqueísta del mundo, habían hecho que se perdiera no solo la visión colectiva, sino la esperanza de días mejores.

Hacía apenas trece años que había pasado el “año del polvo”, cuando la población de la modesta ciudad vio cubrirse el cielo de nubes negras que borraron el sol y un estrépito sordo, como el de un cañón, hizo temblar la tierra. El gobierno central, radicado en Comayagua, exigió un informe para detener el pánico del público. En Tegucigalpa un joven sacerdote (El Padre Reyes) explicó, desde el púlpito, que no se trataba del fin del mundo y mucho menos del fin del tiempo sino que era la erupción del volcán Cosigüina.

En la calle de la Casa de Rescate vivía la joven hija de don León Rosa y de Mariana de Jesús Sevilla, quien arrullaba un no que había tenido fuera del matrimonio con el joven Juan José Soto. Su madrina de bautismo fue doña Francisca Guardiola Vijil (sic), emparentada con el futuro capitán general Santos Guardiola. Este joven se llamó Ramón Rosa.

Y ahora, usted también lo sabe.


Una Respuesta a “El fin del mundo del 20 de enero de 1835”

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