Texto original de Revista Contextos.

Una expresión folclórica que nos representa bien es la gastronomía, la capacidad de creación de algo que se saborea y se hace un tópico dentro de la voz de la antropología expresionista, que nos clasifica como nativos de algún punto de la geografía de cualquier nación.

Haciendo una anatomía topográfica de lo que son los puntos neurálgicos de una ciudad nunca está de lejos la línea cronológica que se ha designado, el paso del tiempo es imperecedero, las huellas de lo que queda y nos queda se convierte en un patrimonio invaluable, las estructuras mudas guardan cuentos que se hacen leyendas, anécdotas de colores, palabras infinitas y sonrisas puras, es una lástima que carecen de la capacidad de hablar -un realismo mágico, pero sería agradable poder hablar con una pared y que cuente lo que ha callado durante tanto tiempo- tanto y tanto que hay, que se desconoce de las calles tristes y angostas de la ciudad de Tegucigalpa, hay un lugar que lleva 70 años guardando secretos, esos que solo con cierto grado de familiaridad se cuentan, el lugar es un bar, si, un bar, uno con toques de vegetarianismo metafórico, humilde, con una calidad más allá de los formalismos, un lugar cálido, con amigos, la relación cliente-negocio se supera por la amistad – confianza que le dan al entrar, sentarse y pedir un Calambre; una infusión de varios licores, y uno o varios ingredientes que se mantienen en secreto, el lugar abre de 11:00 am a 9:00 pm. Por el New Bar (Tito Aguacate) han desfilado desde obreros hasta diplomáticos, todos en la misma sintonía, disfrutando un calambre, hecho con la misma fórmula y en la totalidad del ritmo con el ambiente.

Muchas veces nos quejamos hasta la saciedad de no tener lugares de primer mundo; que los bares de Europa, que México, que los EE.UU. que esto que lo otro, siempre con el paradigma de que lo extranjero es lo mejor, pero ignoran los Haters que en Honduras, en Tegucigalpa, en el Centro de la misma capital, tenemos un bar que es destino de culto para los mochileros, hippies, hípsters y demás viajeros que se adentran en el camino de conocer el mundo, y se encuentran con un calambre y una boquita de queso, aguacate y rábano, o una sopa mientras se saborea una mezcla de licores.

Extrapolemos la simpleza del gesto y el gusto, dotemos de cualidades literarias a este trago y al lugar, nos encontraremos con un recinto imaginariamente inigualable, un bar más allá de las simplezas de lo estético que conserva la narración de los hechos, la cronología perfecta y armoniosa de la exactitud, sus pareces pintadas, el subjetivismo de la fachada, pintada con los colores blanco y verde, una línea gorda debajo de una más ancha y blanca, con un rótulo que anuncia con letras grandes en rojo y azul que ahí es el New Bar, y un aguacate a modo de imagotipo en la parte de abajo, más atributos de cuento de Cortázar; los clientes disfrutando de una plática de todo y de nada, el televisor sordo que es punto de atención solamente cuando hay un gol -siempre hay un aficionado del equipo que sea- fotos de grandes y tristemente célebres expresidentes, conjugaciones de palabras a manera de juegos lingüisticos, una estantería llena de licores, vasos acostados -boca abajo- los botes desordenadamente colocados en la barra -que más que caos es un orden fonomenológico que no molesta- aún más atributos, a lo Rulfo; una abeja buscando el azúcar en unos de los botes -azúcar es otro ingrediente del calambre- la abeja parecería fuera del lugar en cualquier otro bar, pero en el New Bar nadie atentó contra su vida y su labor de polinización, así se hace un cuento, no de hadas, de realidades, de cuestiones comunes que dejan de serlo y comenzar a ser la determinación axiomática de un paso obligado todo este escenario circunspecto a la preparación del Calambre, un Cirque du Soleil particular, la destreza del conocimiento, de la medida correcta, la infusión lista es encerrada en un bote redondo de vidrio donde se mezcla todo con un movimiento angular de 90° luego se sirve en un vaso con una pajilla y a disfrutar del trago, la memoria histórica del lugar que está suspendido en el tiempo relativo de la generalidad de la afección del pueblo.

El aguacate es un fruto verde, de concha poco dura, oscurecida, y su cuerpo o carne es verde en varias tonalidades, suave con un sabor aún más suave y redondo, un final si se pudiera colorear seria verde, y una sensación agradable más cuando se mezcla con sal o un queso seco, y aún más si este fruto de origen Mesoaméricano es acompañado con un Calambre y una buena platica con amigos en el New Bar de Tegucigalpa, para más señas; Tito Aguacate, un patrimonio cultural de la antropología simbólica del país y su forma cultural tan diversa.

Contextos — ¿Desde hace cuánto tiempo funciona el New Bar?

Fernando Pereira — Tiene más de 70 años, vamos a cumplir 71 el 19 de febrero.

Contextos — ¿Como se originó el Calambre?

Fernando Pereira — Es un trago que mi papá invento hace tiempo, pero más que todo para la goma (resaca), aquí han venido embajadores, aquí es tranquilo, abrimos de 11:00 am a 9:00 pm, aquí no hay relajo viene todo tipo de gente.

Contextos — ¿Cuál es el secreto del Calambre?

Fernando Pereira — No hay ningún secreto, mi papá lo invento para la goma, lo invento para un amigo que llego de goma hace más de 40 años, este trago es viejo,  lo que pasa es que han venido personajes como embajadores y lo han hecho más famoso. Ahora todo el mundo bebe calambre, mi papá se llamaba José Valentín Pereira, murió hace 25 años a él le decían Tito Aguacate, ahora nos dicen así a nosotros.


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