De la pluma de don José R. Castro, en marzo de 1967…

La historia se diluye en las nieblas de la tradición y la leyenda. Antiguos minerales de oro y plata, Taguzgalpa, estribos aspérrimos, cerros argentíferos poblados por gentes bravas y alegres. La ciudad irregular y caprichosa fue tomando forma en un hacinamiento de casas construidas al azar, hasta formar una pequeña urbe pintoresca donde el paisaje y el clima se disputan la esplendidez y primacía. Ubicada entre altos morros, con calles estrechas y tortuosas como las de las villas antiguas españolas, grandes iglesias y conventos y un río caracoleante que la atraviesa de sur a norte, dividiendo la capital en dos ciudades distintas, enclavadas en el corazón mismo de la meseta central istmánica.

Por más que acuciosos historiadores han andado detrás de la fecha de fundación de San Miguel de Tegucigalpa, en los empolvados infolios de  los viejos archivos, no la han podido averiguar nunca y es así como un conocido investigador opina que fue fundada un día de San Miguel, porque los conquistadores iberos daban a las ciudades como primer nombre el del santo del día del inicio de su establecimiento, como en San Cristóbal de La Habana o San Sebastián de Río de Janeiro.

A raíz del triunfo de la revolución liberal encabezada en Guatemala por Justo Rufino Barrios y Miguel García Granados, se llegó a un convenio con el presidente de El Salvador, Andrés Valle, para colocar en la jefatura del estado de Honduras a Marco Aurelio Soto. El doctor Soto era a la sazón secretario de estado del gobierno de Barrios, llegó de Guatemala hacia 1880 y se proclamó presidente de la república, y mandó a fusilar al general José María Medina, con todas las de la ley, por conspirador, iniciando un gobierno de reformas institucionales, hecho inusitado y atrevido que era finisecular, en la cual los mandatarios no se arriesgaban a poner las manos en las arcaicas estructuras coloniales.

Soto incrementó la educación, modernizó las comunicaciones telegráficas y postales, separó la iglesia del estado y dictó otras medidas que aún en los días que corren serían calificadas de revolucionarias, y trasladó de la ciudad de Comayagua, enclavada en un valle fértil y ameno, la capital de la república a Tegucigalpa, para estar más cerca, según dicen, de los yacimientos de oro y plata de que era accionista.

 

 

Y ahora, Usted también lo sabe.

Foto de portada de AviPhoto


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