Si las calles antiguas del centro histórico son “contadas”, los callejones son incontables y es que desde las calles principales parte un enjambre de callejones, algunos transitables en carro pero la mayoría son peatonales; sus nombres de antaño hoy quizá no quieren decir nada pero en aquel entonces definían el uso o algún detalle particular, el callejón de Las Vacas, porque  por ahí transitaban los hatos de ganado,  el callejón del Olvido, del Finlay, de Bellucci, de la Alambra, el callejón Casco, el Castillo Barahona, la Calle de Atrás y centenares más.

No cabe duda que cada una de Las Calles Tegucigalpenses hacen sentir que el tiempo se ha detenido en algún momento de la historia, pasear por ellos, detenerse a conversar con los residentes seguro le traerá interesantes sorpresas para compartir.

Mientras se da la oportunidad les compartimos este artículo de Carlos Arturo Matute de La Tribuna y que dice:

Sinuosas, estrechas, pero con el encanto y sabor de la época colonial, las calles y callejones de la Tegucigalpa del ayer forman parte de los recuerdos que muchos guardan con nostalgia.

Don Julio Villars con Don Nicolas Cornelsen en el primer automóvil que llegó a Tegucigalpa

Los primeros alcaldes mayores del Real de Minas aprovecharon el espacio vital que discurría en la cuenca del río Grande, entre los cerros de El Berrinche, El Sapusuca (Picacho) , Triquilapa y La Montañita, y más allá en la planada de la Comayagua de los Indios (Comayagüela) obligando a los primeros habitantes a concentrarse en lo que hoy conocemos como el centro histórico desde el Barrio Abajo hasta La Plazuela, desde la subida a El Picacho hasta La Ronda, desde La Joya (Hoya) hasta El Jazmín y poco a poco desde la orilla del río Grande, donde en 1821 se construyó el puente Mallol, hasta la ribera del río Guacerique.

Durmiéndose en el tiempo, la Tegucigalpa de nuestros recuerdos la encontramos en nuestra niñez y juventud, con la huella colonial de sus viejos edificios, casas de adobe de alerones con techos de tejas, otras de ladrillo y de piedra con sus decoradas cornisas , estrechas calles empedradas, callejones que semejaban escaleras pronunciadas de piedra que permitían llegar a las partes altas de la ciudad, callejuelas de tierra por donde rodaban las carretas tiradas por bueyes, mulas, caballos y asnos que eran cargados o jineteados como medio de transporte y desde 1920 muy esporádicamente los modelos de automóviles (FOTO 1) que hacían sonar sus claxon para anunciar su desplazamiento y hacer los giros en los incómodos recovecos de sus esquinas.

Ese encanto de la vieja Tegucigalpa se prendió en la retina de nuestros ojos y cuando observamos fotografías como las que hoy publicamos vuelan nuestros recuerdos hacía aquel pretérito, cuando las calles eran empedradas, tierra y, a partir de 1941, las adoquinadas con piedra de nuestras canteras.

La Cuesta del Río hoy Calle del Congreso. al fondo la despoblada Comayagüela.

Así recordamos la Cuesta del Río (FOTO 2) estrecha calle que comunicaba al Mallol con la plaza de La Merced. Hacia la derecha, donde hoy está el Banco Central, la esquina del edificio que ocupaba como oficinas la TACA, contiguo una vieja casa con acera alta donde vivió y tenía su biblioteca don León Vásquez, en la que estudió en su juventud don Francisco Morazán. A la Izquierda el inmueble que fue sede hasta 1919 del Poder Ejecutivo y al centro el salón de sesiones del Congreso Nacional en la segunda planta de lo que fue la Escuela de Cabos y Sargentos, sitio en el cual hoy funciona el Palacio Legislativo.

Tan vieja como Tegucigalpa es la Calle de los Horcones (FOTO 3), que data de 1os primeros años del siglo XVI, abierta por los primeros pobladores que se instalaron desde el Convento de San Diego (San Francisco) hasta la orilla del río Chiquito en La Plazuela, sugestivo nombre porque la mayoría de las casas sostenían los aleros de las edificaciones de adobe y bahareque con columnas rústicas de madera en forma de horquetas, hoy en ese lugar no hay vestigios de aquella típica calle tegucigalpense.

Ubicándonos en ese pasado de la capital hondureña, La Pedrera, la calle en cuesta hacia el parque La Leona, nos hace evocar la sinuosa vía que comenzaba frente a la casa de don Justo Umaña y terminaba en la última vuelta donde se encontraban unas gradas de hierro por las que llegábamos al elevado jardín, donde en los años veinte del siglo pasado se erigió una estatua del Gral. Manuel Bonilla. Desde esas gradas se tomó (FOTO 4) la gráfica que muestra la empedrada calle por la que se desplazaban los asnos y las mulas cargando leña y mercadería, conectando con un polvoriento sendero que conducía a los barrios El Edén y El Bosque.

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Una de las calles más antiguas de Tegucigalpa, Los Horcones, hoy sólo conserva el trazo, lo demás es sólo recuerdos.

Conocida como la Calle del Comercio y que en la nomenclatura de los años cuarenta se le dio el nombre de Calle Simón Bolívar, tramo desde la plaza La Merced hasta el parque Central (FOTO 5) tenía a ambos lados una serie de negocios que iban desde bazares, farmacias, centros de recreo, bares y cafeterías, la primera ferretería de Tegucigalpa, calle que por muchos años constituyó el nervio comercial de la capital hondureña.

En tiempo de la Colonia, la calle trazada desde la orilla del río Chiquito en La Plazuela hasta el barrio La Moncada se le conoció como la calle de los Naranjos, después y a principios del siglo XX, como la calle del centro hasta que en los años treinta se le bautizó como Avenida Cervantes en honor al inmortal autor del Quijote de la Mancha (FOTO 6).

Famosas fueron la calle de La Ronda hoy Avenida Máximo Jerez, Las Damas, Casamata, desde el barrio de dicho nombre hasta el viejo hospital Viera del Dr. Nutter, El Jazmín, avenida Gutenberg o calle de El Guanacaste, la de Las Vacas, la Lempira, empinada cuesta que permitía llegar a La Leona desde el Barrio Abajo, la calle de Buenos Aires que después de llegar hasta la iglesia de San José de la Montaña comenzaba un serpenteado sendero hasta El Edén, donde lo quebrado del terreno solo permitió la apertura de una vía con pronunciadas vueltas como la del “Perro Ahorcado”, la avenida La Paz (FOTO 7) primera arteria capitalina asfaltada en los años treinta que partiendo desde el puente de El Guanacaste llegaba hasta el Hospital San Felipe.

Antigua calle de La Pedrera bordeando el muro de La Leona

Con solo cuatro avenidas orientadas de oriente a poniente, la Cervantes, la Colón, la Paz Baraona y la Máximo Jerez, Tegucigalpa contaba con cortas y estrechas calles como las tres de La Hoya y una de ellas que terminaba en un barranco, que dio paso a la construcción de las gradas que dan acceso a la calle lateral del viejo edificio de la Tipografía Nacional, (FOTO 8) que en la época de la colonia fue la Casa de la Moneda.

En Comayagüela, con sus bien trazadas avenidas y calles, la más famosa es la Calle Real o Segunda Avenida que en el pasado lucía como en la foto 9, y por su importancia fue la primera de las arterias de la ciudad gemela que fue adoquinada en los años cuarenta del siglo pasado.

Otro de los encantos de la vieja Tegucigalpa eran los callejones como el de Belluci, el de la Alambra en La Leona, el del Olvido, el de Tierra Colorada, La Cabaña, y los que desembocaban con gradas o senderos empedrados desde las partes altas al barrio La Ronda, el callejón Casco, en el propio centro de la capital, el callejón Castillo Barahona y uno que paralelo a la calle del Guanacaste se habilitó para comunicar a ese barrio con Casamata desde la casa de la familia Zepeda pasando por el edificio que ocupaba la escuela José Trinidad Cabañas y la que se conocía como la Calle de Atrás. Para comunicar la parte baja de Buenos Aires con el barrio Las Delicias, un corto y empinado tramo conocido como la cuesta de La Balbina.

Aquellas calles tegucigalpenses empedradas, de tierra o adoquinadas permanecían en buen estado, tiempos aquellos cuando vecinos y autoridades se preocupaban por la limpieza de las mismas.

Hasta la próxima semana.


Una Respuesta a “Callejones por doquier”

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