El Centro de Tegucigalpa: un lugar que sólo escuchaba en las anécdotas de mi abuela, de mi madre, mis tíos, cuando hablaban del segundo piso del Bazar Jerusalén–la tienda de mis bisabuelos en El Centro, quienes fueron parte de los emigrantes palestinos que llegaron a Honduras a principios del siglo XX. En la actualidad, era como si ya no existiera, una zona de Tegucigalpa que había sido descartada por su fama de peligro, suciedad, tráfico. A los 24 años mis únicas visitas al Centro habían sido en carro, con mi madre hablando acerca de su juventud allí. Me relataba las historias de cuando caminaba a clases de ballet, las tardes de cine con mi padre, las compras cuando llegaba la navidad.

Nunca pensé más del Centro que como una linda memoria de mi familia, algo que solía ser mágico pero que había perdido su encanto con el transcurso de los años.

No pude haber estado más equivocada.

Hace algunos meses, se me presentó la oportunidad de trabajar en un proyecto que no pude rechazar. El único inconveniente era la ubicación: el corazón del Centro, a una cuadra del Parque Central. Mi imagen de la zona no había cambiado; pensaba que no era posible caminar a la esquina sin arriesgar un asalto. Sin embargo, estaba tan fascinada con la oportunidad que me importó poco su ubicación.

Todavía recuerdo mi primer día de trabajo. Manejaba por las calles como una extranjera, observando todo como si jamás lo hubiera visto, conociendo una nueva ciudad. Mi curiosidad del pasado de mi familia de repente retornó y empecé a valorar El Centro como lo que representaba: las raíces de mi familia en un nuevo país. Cada día que pasaba me daba cuenta del encanto de este lugar. Poco a poco fui perdiendo el miedo, comprando mi almuerzo en el Midence Soto, en Los Dolores o en la Peatonal, lugares y kioscos y rinconcitos que nunca había visitado.

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Fotografía: Michelle Espinosa

Sin darme cuenta, el tema de conversación invariablemente se tornaba al centro cada vez que hablaba con mis amigos y mi familia.

Sentía como si hubiera descubierto algo desconocido. Me encantaba la energía que sentía cuando caminaba por la peatonal, cuando observaba a viejos amigos platicando en las bancas del parque, o a los músicos expresando su talento al público. Era una especie de energía que no había sentido en Tegucigalpa, una energía que pensé que solo existía caminando en las calles de ciudades internacionales lejanas, una Nueva York, tal vez un Londres. Me equivoqué. Todo lo que les envidiaba a esas ciudades lo tenía aquí, a ocho minutos de mi casa, en el rincón olvidado de la capital.

A una pequeña parte de mí le encantaría mantener este secreto guardado, sentirme especial de ser parte del pequeño porcentaje de capitalinos enamorados del Centro. Pero este es un secreto que nunca quisiera guardar, porque quiero que todos los hondureños descubran algo muy importante: que cuando dejamos los prejuicios y los estereotipos nos damos cuenta de lo ciegos que estamos. Y ya es hora de que abramos los ojos, porque si no lo hacemos corremos el riesgo de dejar desapercibido el tesoro que tenemos.

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Fotografía por Luis López

2 Responde a “El Centro: Regresando donde empecé”

  1. Michelle te felicito por tomar, la desicion de compartir tus sentimientos con todos los hondureños.
    Este país necesita más ciudadanos como tú , resaltando nuestra identidad es como lograremos la institucionalidad del país .
    Saludos
    Patricia R de Pineda

    Donde se publicó tu artículo ???

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