Seguro que has escuchado la expresión el agua es vida. Para Mari, una mujer emprendedora– pero sobre todo luchadora–del centro de Tegucigalpa­, el agua es también esperanza. Es una historia de superación y sobre todo el futuro de sus dos hijos de 8 y 11 años, que la acompañan cada día; sueña con mandarlos a la universidad.

Entre la ciudad de las colinas Danlí donde nació y esta otra llena de cerros en la que vive hoy en día, su vida ha sido una carrera de obstáculos que ha ido esquivando con la misma entereza y firmeza de su mirada, cargada del mismo orgullo con el que mira a sus hijos Cristopher y Egipto, que la acompañan a vender y son su “cola” cada día.

“Me vine de Danlí porque no había oportunidades de trabajo. En Tegucigalpa quería trabajar y estudiar para hacerme profesional; entré a trabajar en una casa en la que estuve 10 años.”

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En la aldea de la Majada en Danlí quedó su mamá a la que a menudo iba a visitar. En uno de esos viajes de Tegucigalpa a Danlí unos hombres la agarraron, la golpearon y la violaron. Mari cuenta ese episodio con fuerza, liberada del miedo y mirando a Cristopher. El episodio más triste de su vida por el contrario le dejó un hijo al que quiere con locura y al que solo tiene palabras de admiración.

“Él es un orgullo para mí, muy buen niño, educado con excelencia académica.”

Cristopher tiene 11 años, nos mira tímidamente, pero firme con su respuesta a la pregunta qué quieres ser de mayor.

“Quiero ser abogado.”

“Le encanta la escuela, ha sido maestro de ceremonias, lo primero son sus tareas antes de ver televisión.”

El amor de su vida, Egipto, es “un buen hombre, trabajador, él nos ayudó mucho y quería mucho a Cristopher, trabajaba como soldador y le tocaba viajar a Costa Rica y Nicaragua. Venía cada dos meses,” recuerda Mari.

Se le fue pronto por una enfermedad en los pulmones.

“Le quitaron uno y el otro estaba picado también.” Murió en el Hospital Escuela, avisaron a la madre de él y no quiso ir ni a la vela, solo Mari y los dos niños frente a la caja y en el velorio que la municipalidad les había conseguido.

De aquel amor le queda Egipto, zarquito como su papá, más tímido que Cristopher, amante de la pelota.

¿Y de qué equipo eres? le pregunto.

“Olimpia.”

¿Y el Madrid y el Barca?

“No, solamente del Olimpia.” Baja la mirada, tiene algo de sueño como todo niño en conversaciones de mayores.

“Es tremendo para la pelota, le gusta estudiar también como a Cristopher pero es más peleoncito, pero para nada malcriado, me ayuda mucho también.”

La calle y en concreto a las afueras del Hospital Escuela donde le tocó dormir muchas noches, le enseñaron el oficio de vender.

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“Una vez le pregunté a una señora si el agua daba, y me dijo que sí, así que esa misma noche me puse a vender,” recuerda Mari.

“Cada día compro tres bolsas grandes de agua; saco 10 lps. de ganancia por cada una. También compro dos cajitas de chocolates que me cuestan 48 lps. A cada cajita le gano 40 lps. Cuando la venta está difícil me tocaa vender en la noche y los niños me acompañan.”

Con ese presupuesto debe enfrentar cada mes los 1300 lps. del cuarto en el que viven, los 500 lps. de luz y 100 lps. de agua además de la comida y la escuela de los cipotes. “Cuando saco lo del cuarto ya estoy más tranquila. A veces también me llaman para limpiar casas.”

Sonia Maribel Ávila, Mari, a quien ustedes podrán ver por el barrio la Ronda y por todo el centro de Tegucigalpa cargada con su agua, sus chocolates y sus dos tesoros haciendo las tareas mientras ella vende agua y chocolates para darles un futuro, anhela un empleo estable con el que poder tener la tranquilidad de pagar un cuarto, y la escuela de sus hijos.

“Me conformo con algo sencillo que me permita no tener a mis hijos todos los días en la calle, usted sabe cómo está todo y no quiero exponerlos.”

“Nos hicieron un reportaje y nos prometieron una casa, incluso me llamaron de España, EEUU para felicitarme por la casa, pero nunca nos la dieron, nos hicieron una entrevista y nos ayudaron con ropa y trastes, pero la casa nunca llegó.” A Mari se le ilumina el rostro pensando en una casa en la que poder vivir.

Mari sonríe, mientras camina con elegancia y orgullo con sus tacones y su vestido, esperando que la vida le siga sonriendo a su manera mientras sueña con un empleo estable y un suelo sobre el que seguir construyendo un futuro prometedor para ella y sus dos tesoros.

mari(Para todos aquellos que deseen apoyar a Mari con cualquier tipo de ayuda o empleo, pueden ponerse en contacto con Vuelve al Centro.)


Una Respuesta a “Mari, la emprendedora del Barrio la Ronda”

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