La topografía de Tegucigalpa y su evolución urbanística han sido caldo propicio para que en todo el casco histórico existan sitios donde la única posibilidad de conexión entre calles sea mediante gradas o escalinatas, una peculiaridad de las que les cuenta SAP de SkycraperCity en el siguiente reportaje que también puede ver en este enlace.

Una de las tantas peculiaridades de casco viejo capitalino lo constituye su confusión de niveles y espacios delimitados por el quebrado relieve de su territorio, prestándole al conjunto un gran atractivo y una enorme riqueza de vistas. Para el que recorre a pie sus callejuelas, callejones, fuertes cuestas y finalmente sus gradas y escalinatas puede constatarlo. De las últimas, el centro de Tegucigalpa y sus inmediaciones cuenta con más de dos decenas de tamaño considerable. De ellas, solamente cuatro han sido declaradas como patrimonio cultural y se encuentra en relativamente buen estado. El resto en su mayoría o descuidadas o deterioradas.

Vistas en algunas gradas de Tegucigalpa, ARRIBA desde El Guanacaste y ABAJO de Casamata.

Para el propósito de este reportaje, ambas “gradas” y “escalinatas” son construcciones exteriores diseñadas para comunicar espacios situados a diferencias alturas, con la diferencia que la segunda un tanto más amplia, de fácil circulación y generalmente artísticas. Las historias de sus alzamientos se remontan con las primeras ordenanzas coloniales. Desde los inicios de su menesteroso desarrollo urbanístico, Tegucigalpa tuvo que adaptarse a su topografía irregular. Los primeros españoles llegados al lugar, probablemente a mediados del siglo XVI, se instalaron en las fuertes pendientes de las montañas circundantes, procurando descubrir y laborar alguna mina. El poblado crecía al azar y para la fecha de su fundación oficial (1578) ya existía un conglomerado disperso. Con el correr del tiempo se construyeron nuevas casas y se abrieron senderos sin orden alguno.

Ordenanzas de urbanización de la corona española indicaban como se dispondrían las nuevas ciudades americanas, especificando ubicación y trazado de plazas, pasajes y solares en líneas rectas. Sin embargo, la Villa de Tegucigalpa correspondió solamente parte de estos requerimientos, la localización de sus plazas. El resto un caos debido a la accidentada topografía y el azar de los yacimientos mineros generando calles no delineadas que se caracterizaban por tener callejones sin salidas o terminaban en un barranco, y sus trayectos interrumpidos parcial o totalmente por alguna vivienda o solar. No es con la llegada de un nuevo Alcalde Mayor en 1608, el capitán Joan Lobato, que se implementan las ordenanzas de planificación, reordenado su trazado dándole al paraje la forma de “parrilla” que aún perduran en los viejos barrios de El Centro y La Plazuela y posteriormente La Moncada y Abajo.

Este tipo de planeamiento a modo de “damero” desciende del “plan hipodámico”, apelativo proveniente del nombre del arquitecto griego Hipodamo de Mileto considerado como uno de los padres del urbanismo europeo, que organiza una urbe mediante el diseño de sus calles en ángulo recto creando manzanas rectangulares tiene tanto ventajas como inconvenientes. Entre sus beneficios, una configuración perfectamente distinguible en su trazado viario y su parcelamiento es más fácil por la regularidad de formas de sus cuadras. Aunque no es una disposición adecuada en ciudades de abrupta topografía, sin embargo, la fuerte pendiente de las calles tegucigalpense, es un inconveniente que constituye, precisamente, uno de los encantos de la ciudad.

Para el siglo XVIII, el minúsculo llano de Tegucigalpa de apenas 50 hectáreas ya rebosaba con sus cuarenta y tantas cuadras, única área propicia en el delineado recto de calles. La Villa de San Miguel no tuvo más remedio que extenderse hacia las faldas de los cerros al norte y hacia las cuencas empinadas de los ríos Choluteca y Chiquito en el resto de sus puntos cardinales, engendrando una red de calles, callejuelas y callejones que en su adaptación al terreno, algunas de inclinaciones severas y otras serpenteantes. Un típico ejemplo es el barranco de La Hoya, con una profundidad de entre 12 a 20 varas castellanas que se extendía desde de los que hoy son los barrios San Rafael hasta La Merced. Para solventarlo y conectarla a la trama vial colonial, autoridades ediles irguieron las primeras calles escalonadas o escalinatas de la capital en los barrios El Olvido y La Hoya, que con el tiempo se han mejorado y ampliados. Misma situación con la hondonada de El Jazmín que se extiende hasta al suroeste de La Moncada, agravándose con su desplome en los 1850s (ver ).

De las primeras gradas y escalinatas de Tegucigalpa. ARRIBA escalones hacia EL Olvido; CENTRO Gradas La Hoya y; ABAJO cuesta La Hoya (Ave. La Merced) y graderías hacia barrio La Plazuela.

Otra más en el mismo sector que las anteriores, Graderías La Hoya.

Ubicación (en naranja) de algunas gradas y escalinatas del centro histórico de Tegucigalpa y áreas inmediatas.

Por el otro lado y finales del domino español, vecinos en los primeros barrios capitalinos tenían sus casas en amplios solares lo que reducía el espacio vital en las zonas céntricas, forzando entonces un desplazamiento hacia las fuertes pendientes del nordeste naciendo así La Cabaña y El Guanacaste. En el primer vecindario algunas de sus calles son tan escarpadas, que en tiempos pasados intransitable para carretas tiradas por bueyes, que los pobladores simplemente levantaron gradas y escalinatas. Igual con el otro barrio viejo un poco más al oriente, en particular sus zonas altas, que al abrirse la sinuosa subida hacia El Picacho, ciertas de las vías perpendiculares no tuvieron otra opción que convertirse en calles escalonadas.

ARRIBA Gradas La Cabaña, extensión escalonada de Calle La Ronda. CENTRO escalinatas en el barrio El Guanacaste que la comunica con Casamata y ABAJO con El Manchén.

Con el traspaso de la capital de Comayagua a Tegucigalpa durante la administración presidencial del doctor Soto, la población se ensancha de una manera sorprendente. Al noroeste del casco viejo capitalino a mediados de los 1880s ya se habían edificado gran números de casas convirtiéndose eventualmente en el barrio Las Delicias. Para comunicar el nuevo vecindario con “Los Altos”, otro de los viejos barrios coloniales que a partir de este tiempo se le empezó a llamar “Buenos Aires”, y con otro de casi de la misma época, barrio “Alemán” hoy “La Leona”, se trazaron calles “rectas” con el defecto siempre de ser empinadas, surgiendo las celebres cuestas de Las Delicias, Lempira y otras. Y en sus puntos más abruptos, las famosas gradas La Leona y San José de la Montaña.

Avenida Las Delicias (7ma. Calle) comienza en el parque La Concordia y en su empinado trayecto oriental genera la cuesta del mismo nombre. En este sector de Tegucigalpa muchas gradas solo se encuentran en el área correspondiente a las aceras (ARRIBA), sin embargo, la vía termina en uno de los puntos más abruptos del centro dando lugar a las escalinatas hacia La Leona (ABAJO).

Calle Buenos Aires (5ta. Avenida) inicia con su intersección con Ave. Jerez al sur hasta culminar en las escalinatas que conducen a la iglesia San José de la Montaña (ARRIBA) en su tope norte. En su recorrido se comunica con otras graderías menores como Sendero Las Gradas (ABAJO) y Sendero La Cuesta.

Aparte del puñado de famosas escalinatas como los de la Hoya y Leona la cual la mayoría estamos familiarizado, existen muchas otras utilizadas solamente por los vecinos y conocidas por pocos como atajos. En secciones de La Pradera y Guanacaste solo para mencionar un par, series de viviendas se ubican a lo largo de estrechos callejones descubiertos y escalonados. Lamentablemente, debido a la inseguridad algunos de estos angostos corredores son de acceso restringido y de uso exclusivo de sus moradores, no obstante, constituyen oasis de privacidad y enorme tranquilidad para familias con niños pequeños ofreciendo un espacio seguro donde jugar y punto de encuentro de los mayores para conversar o relajarse.

IZQUIERDA gradas privadas en La Pradera y DERECHA estrecho callejón escalonado en El Guanacaste.

Si bien las escalinatas en estos tiempos modernos constituyen obstáculos para vehículos motorizados e impiden que sus residentes puedan contar con estacionamiento, algunos de estos sitios podrían compensar incentivando el desarrollo turístico para propiedades que las circundan. En ellas muchos visitantes tanto nacional como extranjero, toman fotografías panorámicas que bien podrían detenerse para tomar un fresco, comer un bocado o hasta comprar un souvenir. Sin embargo, primero se necesita un mayor compromiso de todas las partes involucradas, moradores, autoridades y ciudadanía en general, ya que el denominador común de casi todas es su estado de descuido y más de alguna convertidas en verdaderos basureros. Sus rehabilitaciones no solamente generarían empleos y oportunidades comerciales, sino también una mejoría estética de los barrios del centro de Tegucigalpa. Por ahora no se ha considerado reparar ninguna de ellas.

Panorámica desde gradas La Hoya.

SAP

Referencias
Aguilar, Juan Manuel; 1998. Tegucigalpa: Su trazo urbano (1578-1920). Tegucigalpa, Honduras: Instituto Hondureño de Antropología e Historia.
Mumford, Lewis. 1968. The City in History: Its Origins, Its Transformations, Its Prospects. New York, NY: Houghton Mifflin Harcourt.

 


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