Un mes después de la celebración del NU Fest en el Museo Para la Identidad Nacional, me encuentro buscando qué hacer el fin de semana.
Cuando volví a Honduras hace un año, lo hice de pocas ganas, plagada de miedos comunes y adolescentes. El mundo de oportunidades, y opciones, y orden, que había conocido por cuatro años se esfumó apenas el avión despegó de su terminal de luces. Al aterrizar en Tegucigalpa, entre los aplausos ajenos y el primer saludo en el cachete, me dije a mi misma: tengo que buscar qué hacer.
Tantas veces lo hemos discutido con mis amigos, que se jalan los pelos cada jueves haciendo planes en la misma ciudad y con la misma gente, (para que tu al volver no encuentres nada extraño y sea como ayer…) inmutables ante la propuesta cultural que se nos ofrece. Y es que hay esfuerzos culturales que ameritan cruzar la frontera del confort con la doble recompensa del deleite estético y social. El NU Fest, celebrado el 30 de julio en el corredor que divide el MIN y el Correo Nacional fue un éxito rotundo: doce horas de música centroamericana, de grupos underground, artistas reconocidos por su pasión, no sus nombres en carteleras y anuncios. Doce horas, de guitarra y saxofón, de gritos animados y voces latinas, de parranda y música.
El concierto, organizado por Melissa Quijada y su productora Dos M, logró una vez más congregar a los ciudadanos a una sesión de felicidad. Llegué al MIN como a eso de las cuatro de la tarde, prometiéndole a mis acompañantes que nos íbamos en una hora. Una hora. Acto de presencia. Un par de canciones—será rápido, no me se sus canciones.
Un beatboxer, saxofón, demasiadas guitarras, melenas y afros y después, consulto la hora: se acerca a media noche.
No se, me encanta la música. Soy incapaz de bailar—mejor dicho, puedo bailar, no lo puedo hacer bien—pero las horas se disipan y a medida que cada grupo toma el escenario, me encuentro bailando.
Pero ya pasó el NU Fest. ¿Y ahora?
Estoy cansada de decir que siempre es lo mismo: no es cierto. Puedo mencionar las noches de museo en el MIN, que ofrecen música en vivo y contemplación de arte y talento hondureño, o jazz en Bourbon House todos los jueves, con los mejores músicos del país. Y si no quiero bailar, también puedo visitar a la Dra. Vélez en Paradiso, quien literalmente abre su casa a los escritores y escritoras, en cafés poéticos y discusiones literarias, un íntimo paseo por el ingenio de los creadores o de los editores de puntos y comas. Sorpresas hallé en La Ronda: los martes de tacos y días de vinos y vinilos en el Hostal, yoga en los Condominios, allí mismo, en el frenesí del Centro Histórico un sábado por la tarde. Almuerzos en el Duncan Maya, violinistas por la Peatonal, obras maestras en tiza…puedo seguir.
Destaco el NU Fest porque estoy nostálgica, y no de una Tegucigalpa de antaño, de mis abuelos y abuelas. Estoy nostálgica por la Tegucigalpa de hace un mes, de las horas veraneras que no se repiten y que llevo conmigo solo en recuerdo (¡hasta el próximo NU!).
Fotografías cortesía de: Museo Para la Identidad Nacional del Hombre