Ah, septiembre. El mes de bandera izada, Morazán y guancasco, mes de patria y marchas y bandas escolares y celebración y orgullo catracho.

Siento que somos una nación adolescente. En casi dos siglos de independencia aun titubeamos en la definición de nuestra identidad nacional. Seguimos envueltos en la rebeldía, en los vaivenes del desarrollo, en adolescente torpeza. Todavía cavilo en lo que significa ser catracha, mujer hondureña, capitalina orgullosa.

Pero hay algo del casco histórico que me ayuda a entender.

Ante todo, es importante destacar que lo mío no es nostalgia: el centro de ayer no es el centro de hoy. Las fotografías de mi abuelo, los suspiros de mi papa cuando me cuenta de vecinos y sábados en La Leona, los relatos mustios de sabios musepados—estampas románticas que ilustran una Tegucigalpa que nunca me perteneció, y aunque me inspiren a rescatar su gloria de antaño, me es muy claro que yo nunca puedo volver.

Lo que si he podido descubrir es el corazón latiente, aquella cuna histórica del patrimonio y la cultura, manto diáfano que nos envuelve, ¿qué seríamos sin ella? Quizá un conjunto de nómadas, unidos por poco más que geografía y circunstancia.

Mi centro es bohemio, de festivales musicales, cafés poéticos, conversatorios, violinista en la calle, nubes de paraguas multicolor, burras, calambres, talleres de arte para jóvenes en riesgo social, y “Monólogos de la Vagina”.

Mi centro es ruidoso, el trafico con sus bocinas desesperadas, reggeaton y prédicas del apocalipsis en el Parque Central, opiniones y voces hondureñas que se interrumpen la una a la otra.

Mi centro tiene muchos problemas, tiene muchas esperanzas. Es un relajo, un caos que necesita atención. Es único, especial, hondureño, igual a mi, igual a vos.

Para nuestro cumpleaños, creo que es hora de dejar las costumbres de adolescente. Nos encontramos en un cruce de historia crítico, en el cual redefinimos el concepto del hondureño. Debemos asumir nuestra identidad, descartar esa corriente arrastrante y negativa, encontrar nuestras raíces, ser el centro que nos define.

Artículo original de La Tribuna.

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