Dinabelle Arita nos deja hoy con un fuerte mensaje: recordar es volver a vivir. Y hoy, sus recuerdos nos devuelven a los días que todos mandábamos cartas de amor y encomiendas por el Correo Nacional. Sigue leyendo su carta de amor al centro histórico de Tegucigalpa.


Sabías que…

Muchos años atrás, a finales de los años ’70, iniciando la década de los ’80, uno de los medios de comunicación más accesible y confiable con el que contábamos para mantener viva la comunicación entre parientes y amigos, tanto dentro y fuera de nuestras fronteras patrias, era el Correo Nacional.

Por eso, en esta oportunidad, haciendo mía esa frase que dice: recordar es volver a vivir, quiero hacerlo con mucha nostalgia, recordando aquellos años hermosos de mi época de estudiante, esos tiempos que a muchos nos hubiera gustado que nunca pasaran, pero no fue así.

En esos tiempos de oro, nosotros los capitalinos disfrutábamos de un clima maravilloso (¡tan agradable!) que mientras caminábamos por su calles, podíamos sentir el viento en nuestros rostros, de manera acariciadora.

Durante muchos años caminé por la Calle Peatonal, hoy reconocido como el Paseo Liquidámbar. Lo hacía mañana y tarde, pues era donde me gustaba transitar para llegar a mi querido centro educativo, el Instituto de Señoritas Gregg Hondureño, donde cursé mis estudios de educación media. Ubicado en el Barrio Abajo, cruzaba todo el Parque Central y recuerdo que al inicio de la Peatonal se ubicaba una cafetería de renombre, que quizás muchos recordarán.

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La Peatonal – Foto de Jorge Amaya

Era la Brik Brak.

Mientras avanzaba, encontraba decenas y decenas de personas; entre ellos muchos estudiantes vistiendo los diferentes uniformes de los diversos institutos. Siempre pasaba frente a un edificio de esquina, el cual era y sigue siendo el Correo Nacional.

El Correo Nacional

Observaba como decenas de capitalinos entraban y salían de ese lugar con el único propósito de realizar sus envíos de “cartas omisivas”, como las llamaban nuestros padres y abuelos, tarjetas de invitación, a bodas, cumpleaños, felicitaciones, de pésame, en fin, encomiendas de todo tipo.

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Millones de historias han pasado por el Correo Nacional

¡Ah! y aquellas cartas de amor, que enviábamos y recibíamos de nuestros enamorados. ¿Cómo olvidar la sonrisa en nuestros rostros al recibir una de ellas?

Me encantaba ir a depositar esas cartas al correo. Llegábamos a la ventanilla y allí la persona que nos atendía nos decía el valor que teníamos que pagar por los sellos postales o estampillas. Las pegábamos en el sobre a enviar y por último las depositábamos en unos buzones hechos de madera que estaban ubicados en la parte derecha de la entrada.

Salíamos confiados en que nuestra correspondencia llegaría a su destino.

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¡Ah qué tiempos aquellos!

Cuando aún no estábamos invadidos de tanta tecnología (no es que esté en contra de los avances y del desarrollo de los pueblos), eso fue lo que me tocó vivir. Y no solo a mi, sino a todos mis contemporáneos. Estoy segura que todos, sin excepción, alguna vez añoramos y recordamos nuestras vivencias en nuestra linda Tegucigalpa en sus años mozos.

Por eso considero el Correo Nacional como parte de nuestra identidad nacional.

Concluyo con el recordatorio: no olviden que recordar es volver a vivir. Volvamos al centro. Volvamos a vivir.


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