Aunque la realidad nos grite a diario lo contrario, lo cierto es que el tamaño de Tegucigalpa nos impide considerarla un pueblo, pero no podemos menos que hacerlo a regañadientes. Sale del libro electrónico de don Mario Secoff, Honduras Universal:

Don Sotero Moncada fue quién le dio urbanísticamente el carácter de ciudad que le faltaba a la Villa de Tegucigalpa, mandando a abrir todos los topes que hacían las calles cerradas que por tanto tiempo impidieron el paso de carruajes tílburis y faetones, haciendo expeditas todas las áreas cercanas a las tres grandes avenidas que curiosamente en Tegucigalpa no corren de norte a sur, sino de este a oeste. Para eso fue necesario romper el aire mistérico de la plaza que circunda el convento de San Diego, al cuidado de los monjes franciscanos, comunicándola directamente con la nueva calle de La Ronda, llamada así por ser el sitio del paso de la ronda militar nocturna que cuidaba la seguridad de los pobladores y que montados en sus briosos corceles – al sonar la campana que daba no sólo la hora si no las medias y los cuartos- rompían con sus agudas voces el silencio nocturno, repitiendo con la calidad de voz las notas acompasadas del reloj de la parroquia.

Cuando se abren los callejones de los Altos de La Joya, es preciso comprar la casa que ocupaba doña Francisca Moncada, lo que fue aprovechado por los antifederalistas para acusar a don Sotero de lucro con la indemnización que conforme a la ley obligaba a entregar a su hermana, cuya incomodidad de tirar una casa ya montada y ornamentada no reponían los veinticinco pesos que otorgaba la alcaldía. Fueron cerca de veintitrés casas las derruidas para poder crear en Tegucigalpa una planta urbana que hiciera el tráfico más expedito obteniéndose entonces una revalorización de aquellas propiedades ubicadas por las necesidades mineras y herencia del antiguo Real.

En el período del alcalde Moncada se mantiene la escuela de primeras letras del convento de San Francisco, de la misma manera se autoriza la escuela privada de las maestras Rosa y Gervasia Gómez, siempre en el área cuidada por los franciscanos y aún con los constantes levantamientos de la crisis federativa, se mantiene pacíficamente la alcaldía pedánea de Comayagüela a cargo del indio Adriano Juánez, que hacen de la ciudad gemela el sitio de sesteo agradable no sólo para pernoctar en los largos y fatigosos viajes hacia el sur de la provincia si no que se empieza a meritar las llamadas primera avenida o alameda del río, que arranca con la casa esquinera que doña Eufrasine Leroux dona a su ahijada, doña Rebeca Ugarte y que va convirtiendo a esa primera avenida y la primera calle en el área de las viejas familias fundadoras de Tegucigalpa que -venidas a menos y por la violencia de los acontecimientos- se ven desplazadas a ir a vivir en Comayagüela.

Don Sotero Moncada y su esposa doña Raimunda, retornan a la antigua costumbre colonial de precaver las hambrunas utilizando el sistema de pago de impuestos municipales en especie, de acuerdo a los productos cultivados o de pastoreo con que contaba la población. Para ello, hacen funcionar en las alcaldías auxiliares, periféricas a la ciudad, trojes municipales o de la alcaldía donde se almacenaba desde maíz hasta semovientes que eran repartidos de acuerdo al número de integrantes familiares, ofertándose en momentos de calamidad: una medida de maíz por cabeza, otra de maicillo, otra de frijoles, un cuartillo de arroz por cabeza.

La recuperación del sentimiento del bien común retornó con el alcalde Moncada quien gobernó Tegucigalpa hasta el colapso federativo de 1842. Retirado de la vida pública, es hasta la segunda mitad del siglo XIX que vuelve a ejercer como juez de primera instancia de la alcaldía mayor dejándonos el testimonio de sus elegantes protocolos que albergan documentos de gran importancia, no sólo para la vida política de la nación si no que son elocuentes historias del transcurrir de la vida ciudadana en sus plenitudes y desencantos, de la opulencia y la crisis.

Y ahora, Usted también lo sabe.

Foto Caxa Real


Una Respuesta a “Tegucigalpa de pueblo a ciudad”

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