A finales de la década de los 60 era usual que circos vinieran a Tegucigalpa y se ubicaban en el lugar donde hoy se localiza la Feria del Agricultor y el Artesano, en dicha plaza había un monumento dedicado a los juegos olímpicos que quizá medía unos dos metros de alto o quizá más, bueno, para mi lucía como un edificio de tres pisos ya que aparte de corto de edad era el más pequeño en estatura de mi grado.

sol

¡Viene el Circo de los Hermanos Fuentes! anunciaron cierta noche en la tele, decían que traía leones, elefantes y quien sabe cuantos animales, payasos, acróbatas y todo un espectáculo; la mañana siguiente de ver el anuncio en la tele y cuando nos dirigíamos a la escuela, mi primo Manuel me dijo: “Primo, no vayamos a la escuela y vamos al circo”, ¿y a qué vamos a ir si no hay función a esta hora y ademas no tenemos pisto?, le contesté…¡que vayamos a ver los animales del circo!…tentadora propuesta que en un microsegundo acepté.

Mi escuela que se llamaba Luis Landa y quedaba en la avenida Cervantes justo donde queda el banco Lafise, el circo quedaba algo alejado, pero no me importó, caminamos unos metros y le dije a mi primo, ¿pero cómo vamos a ir si Canelo va con nosotros?

Canelo era un perro aguacatero de lujo, un can por demás inteligente que tenía por costumbre tocar la puerta de mi casa con su cola, había hecho una hamaca debajo de un sofá de la casa abriendo un agujero en la tela que ponen debajo de los asientos, Canelo se metía por el agujero y descansaba plácidamente como en una hamaca, era un secreto entre los tres, mi primo, Canelo y yo, porque si mi mamá se daba cuenta seguro lo mataba y que dicho sea de paso no era de su total simpatía después que se robó las chancletas de ella y nunca aparecieron…

¡Claro que no podemos llevar a Canelo porque dicen que a los leones les dan de comer perros aguacateros!, era la creencia que teníamos, aunque hasta el día de hoy nunca supe si en realidad era cierto…

Habiéndonos puesto de acuerdo en el asunto de Canelo, regresamos a la casa y cuando mi tío nos vio venir se extrañó y le dijimos que era porque en la escuela se enojaban de que el perro nos fuera a dejar porque se metía en nuestro salón de clases, cosa que era cierta por cierto y que regresábamos para dejarlo en casa, dicho y hecho.

Dejamos a Canelo y felices salimos “a la escuela” y cuando ya no estábamos a la vista de la gente de mi casa tomamos rumbo al estadio, cruzamos calles y para acortar distancias nos metimos por un matorral que estaba al pie de la planicie de donde estaba el circo, al avanzar ya se sentía el olor de los animales por lo que decidimos quitarnos las camisas para meterlas al bolsón para evitar que el olor de los animales se impregnara en ellas y no nos delatase, así fue y caminamos solo con la camiseta de tirantes que llevábamos debajo…

Unos metros adelante nos fascinamos de ver los enormes elefantes y escuchamos el rugir de los leones…unos segundos más y estábamos frente a las jaulas admirando a esas fieras, pero guardando cierta distancia por temor, todo estaba bien, estábamos felices…

De pronto unas manos que nos agarran por detrás y nos tiran al piso, eran los cipotes de la Escuela Uruguay que eran nuestros enemigos y que casualmente también decidieron no ir a la escuela ese día por ir a ver los animales, en segundos fuimos capturados ya que no nos dieron tiempo de correr y además estábamos en inferioridad numérica, ellos eran al menos unos seis y entre ellos un palancón que seguro era de los aplazados que repetían años porque definitivamente no era de la edad promedio de todos nosotros…

¡Ajá piñas!, ¡hoy no se salvaron! dijo el palancón quien nos tomó y alzó hasta colocarnos en uno de los anillos del monumento que estaba al frente del estadio, desde arriba era imposible saltar porque parecía enorme la caída y debido a ello los de la Uruguay se confiaron…pasaron horas y el sol arreciaba y con Manuel no hallábamos que hacer para escapar de nuestros enemigos…

Ya para ser las doce que era la hora que salíamos de la escuela le rogamos al palancón nos liberara y siempre decía que no, hasta que se me ocurrió decirle que pagaríamos nuestra liberación con unos soldaditos de plástico verdes que le gustaban a todos los niños… ¿Ahí andás los soldaditos? nos preguntó y le contesté que estaban en la casa y que al no más llegar se los entregaría, nos quedó viendo y accedió…

Ya un poco aliviados porque sabíamos que al regresar a tiempo no libraríamos de la macaneada porque no se darían cuenta que no fuimos a la escuela, procedimos según nosotros a caminar libremente, ¡que va!, esos tipos nos amarraron con nuestras fajas y nos llevaban precisamente como perritos halados, el trayecto entre el estadio y la casa se nos hizo eterno y más aun porque a cada paso ellos se burlaban de nosotros…

Llegando a la casa les dije que iríamos adentro a traerles los soldaditos y el palancón dijo que solo yo podía ir mientras mi primo se quedaba en prenda, al despedirme de Manuel  vi en sus ojos angustia y desesperación porque él sabía perfectamente que yo no tenía soldaditos…

No me quedó otra que idear un plan en cuestión de segundos, pero tenía que confesar el engaño de la supuesta ida a la escuela, mi única salida, mi tío Jorge que estaba en la casa… rápidamente le conté, esperando una buena amonestada, solamente entrecerró los ojos como diciendo “estos cipotes si son pícaros”…salió por una puerta diferente a la que los secuestradores esperaban mi salida y con un palo de escoba mi tío les ahuyentó…

 

Salimos bien librados, dando soldaditos de mentiras para salvarnos de las nuestras….

 


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