Hace poco se nos dio la tarea de crear contenido nuevo, segmentos nuevos, historias nuevas. Les presentamos #SeriaBonito, un segmento de ideas globales de diferentes centros históricos, ciudades remotas, mundos desconocidos. Hoy compartimos otro sueño para nuestro querido Centro. #VuelveAlCentro.


En un Pueblito…

Había una vez un feriadito, y en ese feriadito una niña viajó, y en ese viaje la niña conoció la pradera de su país.

Después de dos horas en carro—nada romántico en aquel tipo de viaje de carretera—la niña llegó a Yuscarán, pueblo escondido entre las faldas del departamento El Paraíso. Lo consideró un nombre apropiado. Las calles eran de piedra y no había ruido. O bueno, no había ruido más que el pasar de un vendedor de paletas, o el destapador de botellas en vidrio—hacía calor por más que era octubre, y en ese calor siempre caía bien una Coca-Cola helada de la tiendita frente al parque central.

balcon

Hablando de la tiendita, la niña tuvo que escalar unas quince o tal vez cien escaleritas para llegar a la entrada de la misma, donde, sobre el umbral, le esperaban cinco o seis yuscaraneros (¿existirá algún gentilicio?). Una silbaba. Todos miraban hacia el Parque, sus brazos, pintados por el sol, extendidos sobre el barandal de aquel balcón yuscaranero.

Así eran las casas en ese pueblo. De dos pisos, con balcones sobre las entradas, balcones que lucían caras y sonrisas. La niña caminaba y se perdía en el silencio, y donde fuera que mirara, los balcones le esperaban.

balcon

Cierto que el balcón es cosa de cuento—quien olvida a Julieta clamando por su Romeo, o Rapunzel con sus colochos infames—pero también existen en nuestro día a día, escondidos y a la vista, decorando los edificios de diferentes centros históricos. En El Casco Viejo de Panamá, podés comprar tamales desde tu balcón. Parece de mentira, ¿verdad?

Pero regresemos al cuento.

Balcones en el Casco Viejo de Panamá.

Qué bonito sería, pensó la niña, si existieran esos balcones en otros lugares, en otros centros de actividad, si en otros lugares pudiera ella subir escaleritas y llegar con una Coca-Cola en vidrio, y ver el mundo desenvolverse, y sentir la brisa de octubre en el feriadito, y ver a otra niñita perderse en ese misterio hondureño, y turistear, y pensar, que bonito sería.


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