Con el paso del tiempo hay muchas cosas y vivencias que le parecerían impensables a las nuevas generaciones de hondureños, una de ellas era el sistema de reclutamiento obligatorio, donde con un grito de !andan reclutando!, se veían carreras espectaculares merecedoras de las olimpiadas, historias que eran la vivencia de la canción “Sangre, sudor y lágrimas”.

Andan reclutando
Cóctel de emociones al estar montado en los camiones del ejercito

En el gobierno de Carlos Roberto Reina se abolió el servicio militar obligatorio el cual era la base legal para que se realizaran reclutamientos en las calles, un cambio que para muchos fue correcto pero que para otros fue un error que hoy todos estamos pagando.

Por décadas el ingreso al ejército era un tema temido para los jóvenes

¡Andan reclutando! 

 

Ingresar voluntariamente al ejercito fue el camino que miles de personas escogieron, especialmente los que vivían en el interior, quienes veían en la carrera de las armas la vía para recibir educación, respeto y en muchos casos como trampolín para alcanzar posiciones de privilegio en las comunidades y también en las más altas esferas del poder de la nación, en cambio otro segmento de la población miraba el ingreso al ejercito como “el castigo para los muchachos desjuiciados, haraganes y que merecían recibir disciplina”.

Pese a que muchos ingresaban por su propio gusto, la cuota de jóvenes no era suficiente lo que hacía que los batallones iniciaran las tareas de reclutamiento forzoso en sus áreas de influencia, es así que sin dar aviso alguno a la población, de la nada aparecían en las ciudades “los comandos” del ejército acompañados de un contingente de militares que se daban a la tarea de capturar por las buenas y las malas a todos los jóvenes que encontraban. Uno de los sitios donde se realizaban las cacerías era el centro de Tegucigalpa, ¿y cómo no?, si era el sitio donde se daban cita cientos de cipotes, algunos estudiantes y otros cuyo oficio era vagar.

Todo comenzaba con “el acordonamiento” de la zona ubicándose los militares en puntos estratégicos de forma tal que todos “los acorralados” no tenían escapatoria, una estrategia que daba resultado pero que también era contrarrestada por las estrategias de las “supuestas presas fáciles”; la primera opción de las víctimas eran carreras suicidas las que eran nutridas por la enorme cantidad de adrenalina que invadía nuestros cuerpos, un consejo que me dieron fue que corriera por donde estaban capturando a otros y aunque pareciera una locura la verdad que funcionaba porque los militares no soltaban a los que ya tenían en sus manos y pasabas “entre las fieras”.

Los que no tenían las agallas para irse “por donde los leones”, se metían en los establecimientos comerciales, ponían cara de víctimas y con la venia de los propietarios del negocio se ponían detrás de los mostradores, de forma tal que cuando los militares entraban no podían capturarlos porque parecía eran trabajadores, esta técnica no era muy usada porque si los militares le veían entrar se quedaban escondidos hasta que saliera y fácil atrapaban a su presa.

Eran momentos donde el arte histriónico también era una herramienta útil, pero había que tener nervios de acero, unos se hacían pasar por personas cojas, otros con mano “quica” y unos hasta “ñajos”; el clavo era cuando los militares aun así te detenían, tenías que lucir fresco y con cero sudor, si no, te caía doble trole.

Nunca faltaban los diplomáticos, los que a sabiendas de que dejaban libres a los estudiantes, siempre cargaban su carné, otros se le pegaban a las doñitas que caminaban por la Peatonal pero corriendo el riesgo que fuera denunciado por la misma doña ante los militares, todo era una ruleta rusa.

Para mi es inolvidable el Pasaje Midence Soto, porque un primo trabajaba en el quinto piso y me llamó a mi casa para que le fuera a comprar una pizza a un local que quedaba en el pasaje, subí a traer el dinero, bajé, compré la pizza pero al salir me estaban esperando dos chicos de moteado, no tuve escapatoria y con todo y pizza me subieron al comando, ya con la causa perdida repartí la pizza con mis captores y otros que llenábamos el camión, recuerdos de mi Sargento Segundo de apellido Martínez con quien hace un par de años logramos el ascenso a Subteniente.


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