Texto original de Revista Contextos.
(Contextos) — Hay algo fuera de las normas inflexibles de la urbanidad que nos da alas, nos libera y nos hace iguales; la música, las notas van y vienen, en una armonía afectiva, nostálgica, nos eleva al clímax del paroxismo, la simbiosis catártica que nos expele de convertirnos en las bestias por la crueldad circundante, como decía Nietzsche: “No hay bestia sin crueldad” otra frase del colectivo refranero es: “La música calma a las bestias” saquemos de contexto y perspectiva la alegoría y adjetivemos; muchas veces somos bestias, el estrés de la velocidad de esta vida no nos da tregua en cada ataque, trabajo, estudio, más trabajo, poco sueño, café, desvelo, palabras comunes en cada platica, la constante invariabilidad de la vida nos encadena más y más al efímero catálogo de la transitoriedad.
Muchas veces he querido teorizar sobre la nostalgia de las 5:00 p.m. un sentimiento muy común pero desconocido y no estudiado, o tal vez analizado con el no lenguaje semiótico de las subcategorías sentimentales, de los subgestos como apunta Saramago, una hermenéutica más aplicada al lenguaje corporal, saber distinguir el silencio del agotamiento, del silencio melancólico, un suceso extrañamente ignorado, pero muy a la vista de cualquier teórico social o psicólogo que se interese en el estudio del movimiento y comportamiento de la gente entre las horas de las 5:00 p.m. hasta las 9:00 p.m., que ya se siente el alivio en las calles, el aire respira más tranquilo y la pocas gaviotas que quedan están escondidas en el secreto de su vuelo, ahora, si hay un lugar que se prestaría para este estudio es el centro de la ciudad de Tegucigalpa, con la Catedral iluminada con luz desde abajo, los árboles con ramas iluminadas y extensiones LED, las tiendas ofreciendo descuentos, los puntos de taxis atiborrados, todo en la perfecta armonía balanceada del caos en las alas de una mariposa, cabría el termino contradictorio de; caóticamente hermoso como el cubismo de Diego Rivera, o el surrealismo de Dalí, todo en la inmensa incertidumbre de esa emotiva pero especial sensación del regreso a la casa.
La noche llega a Tegucigalpa, pero no llega sola, trae pixeles, música, un candidato a presidente futurista y verde, la libertad de poder disfrutar de un concierto al aire de las sombras de un museo y de las artesanías de los hippies, mesas, bebidas, parejas, amigos, hípsters, vino, un ambiente extrañamente delicado y muchos pensarán que no es posible, pero lo es, todas las noches de los miércoles es posible al amparo de los pixeles del Museo para la Identidad Nacional (MIN), como decíamos anteriormente la música es un elemento o agente de cambio y liberación, transmutador mecanismo para la relajación, el ambiente es el de una ciudad extranjera, pero es el centro de una ciudad que cada vez más se hace cosmopolita, un macrocosmos donde un big bang artístico reinició el rescate para volver al centro de una ciudad topográficamente irregular pero fantástica.
La noche avanza en un realismo que se va estructurando a la medida del recorrido musical del grupo Jaleo, y el humor de los hippies que amenizaron el evento, las pláticas, las risas, y la benevolente Tegucigalpa renace con una totalidad artística, el sabor dulce de las sonrisas, la noche que se enciende lentamente en un signo musical mientras el tiempo se enrolla en una ola y el sonido de la alegría relaja el alma.