Todos tenemos lugares que nos recuerdan ciertas etapas de nuestras vidas y para mi el Castillo Bellucci es uno de ellos…

Cinco años tenía cuando el hombre llegó a la Luna; todos en el vecindario lo estábamos viendo en la tele y luego de la transmisión salimos a la calle, vistas hacia la Luna intentando discernir al Apolo posado en la superficie de nuestro satélite.

Era imposible. Pero todos los cipotes mayores decían poder hacerlo; los más pequeños, entre ellos yo, sentimos envidia, porque eramos los únicos que no veíamos hasta los zapatos de los astronautas.

Que tremenda vacilada me pegaron, momento que fue excepcional en la semana porque justo en uno de los apartamentos superiores del Bellucci toda la pacotilla de cipotes nos reuníamos para escuchar Cuentos y Leyendas de Honduras. La dueña de la casa se llamaba Vilma y era de las mayores y se daba a la tarea de apagar aquel foco de luz amarillenta que colgaba del cuarto, ella era la que le hacía la segunda a Montenegro, pegaba gritos, hacía ruidos y nos metía miedo de tal forma que más de alguno se hizo pipí del miedo, creo que yo no, pero a saber…

Foto de Christian Zornitta

Creo que la mayoría de personas que vivían en La Leona preferían usar el callejón de gradas que pasaba en medio del Castillo Belluci para trasladarse desde la Leona a la Ronda, al menos para los que recuerdo así era.

Si venías desde La Leona, con lo primero que te encontrabas era con un pequeño vestíbulo que tenía unas gradas en caracol por donde se bajaba un nivel. Esas gradas de madera no estaban en buen estado y tronaban en cada grada, lo que convertía el trayecto de subir y bajar en toda una experiencia. Recuerdo que una vez se me quedó trabada la chancleta en un clavo–que por cierto no me tocó el pie–pero aun así me encantaba bajar y subir por ahí.

Junto a esas gradas estaba un rótulo de “Mirinda Lima-Limón”, razón por la cual apodaron como “Mario Mirinda” a uno de los vecinos, que según me contaron llamaron así porque era mitad y mitad, personaje de la vieja Tegucigalpa que anda por ahí (y le envío saludos por cierto).

Este subir y bajar por el Castillo me hace recordar que las gradas eran de piedra labrada a mano, piedras que por el uso se fueron alisando y que cuando llovía se sentía un olor a tierra mojada entremezclada con amoniaco, producto del mal estado de las aguas negras pienso, o de las gracias de más de alguno de hacerse pipí en algún recoveco de las gradas. No se, pero ese olor me resulta inconfundible e inolvidable.

Pronto las propiedades que limitaban las gradas se fueron remozando y en algunos de esos apartamentos colocaron maceteras al frente, una mezcla muy bonita de fachadas de repellos irregulares y ladrillos con el verdor y flores de las macetas. No recuerdo cuando fue que cerraron la parte de arriba donde estaban las gradas, creo que fue porque la madera pasó a mejor vida. Esto impedía hacer el trayecto completo por dentro de Bellucci y se tenía que tomar un pequeño atajo que se localizaba a la mitad del tramo de ascenso y que comunicaba con las gradas de piedra que terminaban donde la Zarca y el Bar Casin.

Gradas paralelas al Bellucci

Esto es quizá de lo poco o de lo mucho que me acuerdo del Bellucci, un camino para subir y bajar de La Leona, un trayecto donde miles posaron la planta de sus pies y donde miles de capitalinos tienen más de algún recuerdo, una estructura que es justo le demos la reconstrucción que merece para que las nuevas generaciones se den el gusto de conocer y transitar por ahí, apoyemos todos la reconstrucción del Castillo Bellucci.

Foto de Christian Zornitta

Fotos tomadas de la página de facebook Castillo Bellucci


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