Todas las ciudades del mundo son hoy el resultado de miles de cambios, algunos motivados por el modernismo, la desgracia, el bien común y otras razones. En todas ellas quedan en la memoria algunos sitios de los cuales quizá hay evidencia física o documental; tal es el caso del Callejón Norte de la Catedral de Tegucigalpa, del cual el historiador nacional, Doctor Jorge Alberto Amaya nos escribe.
El Callejón Norte de la Catedral
La Tegucigalpa de nuestra niñez y adolescencia, allá por los años setenta y ochenta, era un museo viviente, llena de antañonas casas y caserones coloniales, de dos o tres pisos, con serperteantes calles y empinadas cuestas heredadas de su lejana época de apogeo cuando fue emporio minero colonial, y se la llamaba pomposamente con el nombre de “Real Villa de San Miguel de Heredia de Tegucigalpa”. Esa huella colonial se expresaba en suma en un rico casco histórico repleto de viejos edificios, casas de adobe de alerones con techos de tejas, estrechas calles empedradas, callejones y callejuelas que parecían un túnel de tiempo en el que los capitalinos viajábamos a través del tiempo hasta el siglo XVIII.
Muchas de esas casas señoriales y callejones desaparecieron por la desidia de la mayoría de ediles que ha tenido la “capirucha”, y han demolido gran parte del centro histórico y con ello nuestro rico patrimonio cultural e histórico.
Una de las callejuelas que más me fascinó por su embrujo y por la perspectiva de su vista era el famoso “Callejón Norte” de la Catedral, también denominado “Callejón Valladolid”, que quedaba ubicado exactamente en la zona donde hoy yace el edificio de una casa comercial llamada “LA CURACAO”, a la par de donde laboran los lustrabotas en el “Parque Central”.
En este “Callejón Norte” se ubicaron casas de dos pisos, construidas de adobe y con techos de teja, con hermosos y finos balcones y verjas forjadas en los talleres y fraguas que se heredaron de la época colonial. En las cuadras que circundaban ambas aceras, había casas de familias notables, como la de don “Tranquilino de la Rosa”, viejo minero, comerciante y “pistudo” del siglo XIX, así como posteriormente la famosa “Farmacia Unión”. Más al oeste, se ubicó un caserón de dos pisos que sirvió como “Museo Nacional” en los años treinta, y más tarde funcionó la “Administración de Rentas” de Tégus. Asimismo, en derredor de esa calle estuvo ubicada la bellísima iglesia de “La Limpia Concepción”, que engalanaba al lado la plaza de Tegucigalpa junto a la Catedral (por aquél tiempo “parroquia”).
Tenía tantos encantos la vieja Tegucigalpa, pero muchos de esos callejones los “cepillaron” como decimos coloquialmente en Tegus…
Pocos quedan hoy en día de esos pasajes, como el callejón de Belluci, el de la Alambra en La Leona, el del Olvido, y los que desembocan con gradas o senderos empedrados desde las partes altas del barrio La Leona y que dan hacia lugares encantados como el callejón Casco en el propio centro de la capital, o las cuestas como la “Lempira” o la “Calle La Fuente”.
Bellos recuerdos de infancia y juventud. Inolvidables que traen mucha nostalgia .