El poeta hondureño Rolando Kattan comparte sus recuerdos de la Leona y del Centro Histórico de Tegucigalpa y Comayagüela.

La vida es un torrente de agua que fluye y nosotros—frente a esa metáfora, nos volvemos únicamente un canal, el grifo, un barril sin fondo en donde lo único que prevalece es la humedad.

El primer beso es humedad, aquel nombre escrito en la arena del mar es humedad, todas las memorias de la infancia son humedad. Ahí crecen las lágrimas y de ahí, también, se nutren las sonrisas. Todo lo demás queda en el mismo lugar en donde se destiñen los periódicos y las revistas de los días que pasan. Las palabras adquieren humedad, se nutren como frutos y crecen. Quien haya leído solamente el poema Nanas de la cebolla de Miguel Hernández, la palabra cebolla le significará menos que al que haya leído también la Oda de Neruda o el poema A la cebolla de Nelson Guzmán.

Tegucigalpa se pronuncia diferente cuando el verso de Roberto Sosa está fresco en la memoria: Duro nombre que fluye, dulce solo en los labios. Pero la humedad de las palabras no solo se alimenta de poemas: la humedad es el recuerdo.

Para mí, por ejemplo, Tegucigalpa es sobre todo El Parque La Leona, La Cuesta Lempira, El Parque Central, El Paseo Liquidámbar, El Río Grande de Juan Ramón Molina y El Puente Mallol que escribió Rómulo Durón. Preciso Tegucigalpa, me significa a mi padre mostrando la ciudad subiendo por Las Damas y bajando a Los Dolores a algún amigo que le visitaba del extranjero y que antes de llevarlo a su hotel, lo paseaba por las callecitas y yo, testigo cada vez, miraba los rostros sorprendidos de los visitantes.

Jeyson Garcia
El Guanacaste [fotografía cortesía de Jeyson García]

Después ocurrió lo que estaba escrito:

Iré a otra tierra, hacia otro mar

 y una ciudad mejor con certeza hallaré.

 Pues cada esfuerzo mío está aquí

condenado…

…No hallaras otra tierra ni otro mar.

La ciudad irá en ti siempre. Volverás

 a las mismas calles. Y en los mismos

suburbios llegará tu vejez;

en la misma casa encanecerás.

pues la ciudad es siempre la misma. Otra no

busques  ̶   no la hay  ̶ 

ni caminos ni barco para ti.

(La Ciudad, Kavafis, fragmento)

Viajé según las escrituras y en cada hallazgo la ciudad se acentuaba, Tegucigalpa germinaba en mi pecho, como los árboles que brotan de los frutos colgados aun en su rama. Tegucigalpa adquiría plasticidad en todo lo que esas otras ciudades no eran. Yo podía empuñada y como un ilusionista mostrarla en mi palma desnuda de la mano. Y apreciarla pequeña, contraída en ese centro, en donde anda, el padre y el hijo, orgullosos de su hermosa estrechez.


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